MARTA: LIMPIADORA
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MARTA: LIMPIADORA
MARTA: LIMPIADORA
Marta mira por la ventana con expresión ausente cómo los niños corretean por el patio. Piensa... si hace veinte años le hubieran preguntado en una fiesta "¿quién eres?" ella hubiera dicho: "Marta", con una sonrisa amable en los labios, dispuesta a responder a la parte de ella a la que quisieran referirse. Hoy sólo decía: "Marta, limpiadora de un correccional", "para qué molestarse más", pensó Marta... Recuerda aquello que le dijo una vez, cuando todavía era capaz de sacarle brillo a un lápiz, una sentimental desconocida: "tú eres un diamante en bruto"; y ella, ¡inocente y positiva!, prefirió resaltar al diamante. El bruto lo olvido, un poco, pensando que no era bueno recrearse en la parte negativa de una simple frasecilla de libro... además jamás tuvo un concepto muy alto de sí misma: ¡Pecado mortal! Curiosamente, esa misma persona, no respetó el diamante en más de una ocasión; lloriqueándole, eso sí, lo buena persona que era, ¡cuánto sabía apreciar esa cualidad...! Cuando Marta decidió romper esa supuesta amistad, el diamante no sólo se quebró para los demás; sino que todos a su alrededor la riñeron, aun respetando su decisión, ¡por dejar de lado espíritu tan hermoso! ¡Alguien capaz de lloriquear por las delicadezas de la vida y, no obstante, de dar martillazos contra ésta para que "espabilara", cambiara, desapareciera...! Y esos terribles pecados eran: Ser excesivamente bondadosa, sensible, empática y no quererse: "¡Ser débil y tonta vamos!", se decía Marta, aún atreviéndose con el humor...
Su ventaja artística se pudrió a favor de su “falta de maldad", su inteligencia fue relegada por "ser parada"; su alegría, sus ganas de vivir, su encantadora personalidad, sus sueños... ¿Acaso importaban habiendo cometido semejantes pecados capitales...? Marta recordó... aquello que tanto le enseñaron en la infancia sobre los valores nobles y el bien redentor, ¡por aquello de una educación ecuánime y moral! Su distinguida familia: la primera detractora. Marta estaba visiblemente cansada, visiblemente envejecida, pero ¿qué importaba eso?: ¿acaso cuando resplandecía como un diamante se le había reconocido su ejemplar lucha por la sencillez, nobleza y autenticidad...? "¡Jajaja!" rió Marta; que aún se atrevía con la carcajada... Afortunadamente, ya no esperaba que la sociedad la reconociera.
Tras un suspiro, de resignación, ya no de rabia: cogió la fregona y empezó a pulir el suelo. ¡Al menos él no se lo agradecería nunca! Y sí podía hacerlo brilla como suelo firme y sólido que era.
L.
Marta mira por la ventana con expresión ausente cómo los niños corretean por el patio. Piensa... si hace veinte años le hubieran preguntado en una fiesta "¿quién eres?" ella hubiera dicho: "Marta", con una sonrisa amable en los labios, dispuesta a responder a la parte de ella a la que quisieran referirse. Hoy sólo decía: "Marta, limpiadora de un correccional", "para qué molestarse más", pensó Marta... Recuerda aquello que le dijo una vez, cuando todavía era capaz de sacarle brillo a un lápiz, una sentimental desconocida: "tú eres un diamante en bruto"; y ella, ¡inocente y positiva!, prefirió resaltar al diamante. El bruto lo olvido, un poco, pensando que no era bueno recrearse en la parte negativa de una simple frasecilla de libro... además jamás tuvo un concepto muy alto de sí misma: ¡Pecado mortal! Curiosamente, esa misma persona, no respetó el diamante en más de una ocasión; lloriqueándole, eso sí, lo buena persona que era, ¡cuánto sabía apreciar esa cualidad...! Cuando Marta decidió romper esa supuesta amistad, el diamante no sólo se quebró para los demás; sino que todos a su alrededor la riñeron, aun respetando su decisión, ¡por dejar de lado espíritu tan hermoso! ¡Alguien capaz de lloriquear por las delicadezas de la vida y, no obstante, de dar martillazos contra ésta para que "espabilara", cambiara, desapareciera...! Y esos terribles pecados eran: Ser excesivamente bondadosa, sensible, empática y no quererse: "¡Ser débil y tonta vamos!", se decía Marta, aún atreviéndose con el humor...
Su ventaja artística se pudrió a favor de su “falta de maldad", su inteligencia fue relegada por "ser parada"; su alegría, sus ganas de vivir, su encantadora personalidad, sus sueños... ¿Acaso importaban habiendo cometido semejantes pecados capitales...? Marta recordó... aquello que tanto le enseñaron en la infancia sobre los valores nobles y el bien redentor, ¡por aquello de una educación ecuánime y moral! Su distinguida familia: la primera detractora. Marta estaba visiblemente cansada, visiblemente envejecida, pero ¿qué importaba eso?: ¿acaso cuando resplandecía como un diamante se le había reconocido su ejemplar lucha por la sencillez, nobleza y autenticidad...? "¡Jajaja!" rió Marta; que aún se atrevía con la carcajada... Afortunadamente, ya no esperaba que la sociedad la reconociera.
Tras un suspiro, de resignación, ya no de rabia: cogió la fregona y empezó a pulir el suelo. ¡Al menos él no se lo agradecería nunca! Y sí podía hacerlo brilla como suelo firme y sólido que era.
L.
Laura Gomila- Novato
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